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domingo, 13 de diciembre de 2020

Las falsificaciones de Fernando VII





Si preguntamos por reyes falsos y traicioneros, a la mente de todos viene Fernando VII, el rey que se ganó a pulso el mote de Rey Felón. Ya he aludido a sus traiciones en mi entrada Las traiciones de Fernando VII, quedándome corta. Sobre eso se ha escrito largo y tendido. Pero yo añado datos concretos de mis investigaciones que han sido publicadas por primera vez en mi libo Voces desde el más allá de la historia y ahondan en la vida personal del monarca que pasó de ser el Deseado a la pesadilla de todos. Por desgracia, a mi antepasada Gertrudis le tocó la china cuando se fijó en ella y la tomó como su pertenencia, quitando de en medio a su esposo, el militar Vicente Puig, cuyos años de denodada lucha contra los invasores para devolver la corona a Fernando no le valieron de gran cosa más que para convertirse en cornudo real y, para más escarnio, dar su apellido a la niña que trajo al mundo Gertrudis hecha pasar por póstuma de Vicente. Aunque las cuentas no salían...

Defunción original de Vicente Puig.

La muerte de Vicente era necesaria y conveniente para Fernando VII, y de ahí las falsificaciones de su defunción para que su oportuna muerte pareciera natural. Ya con el camino libre Fernando podía llevarse al palacio a Gertrudis para tenerla a su regia disposición. El aliciente de un embarazo podría resolver sus dudas sobre su capacidad de traer al mundo herederos, que brillaban por su ausencia. Su único matrimonio, con María Antonia Borbón, solo había dejado dos abortos en los cuatro años que duró. Viudo ya diez años, le urgía casarse, y Gertrudis entró a formar parte de la servidumbre real de su nueva esposa, María Isabel de Braganza. El calvario de Gertrudis no había hecho más que empezar, quedando condenada a soportar ser su juguete hasta que se cansara, sin atreverse a rechistar ante las malas consecuencias que pudieran sufrir los siete hijos legítimos de Vicente y la niña nacida en 1816.

Defunción falsa de Vicente Puig.


Desde la llegada de Gertrudis a palacio fueron  continuas las chapuzas para justificar las gracias concedidas, partiendo de su misma admisión, sin ningún papel de nobleza que la avalara para el cargo. En 1818 la reina fallecía sin que del matrimonio quedara a Fernando otra cosa que hijos malogrados, aparte de la niña Gertrudis Puig Romero, con el récord de supervivencia de los hijos de Fernando. Urgía nuevo casamiento, y se realizó en 1819, al tiempo que el de Gertrudis, en palacio real, como matrimonio tapadera del que nacen Juan y Fernanda, apadrinada esta última por Fernando y la reina Josefa Amalia, que a lo largo de diez años de matrimonio no tuvo ningún embarazo. Gertrudis no vivió para verlo. En 1823 Fernando decidió quitársela de en medio, primero echándola de palacio y luego de rechazar sus súplicas a lo largo de meses, costeando su entierro secreto en que se falsea la causa de su muerte. 

La caída en desgracia de Gertrudis se traspasó a sus hijos, siete de Vicente y tres del rey. Hubieron de transcurrir tres años para que se dieran las circunstancias que les permitieron apretar las tuercas al monarca logrando de él diversas concesiones con falsificaciones de todo tipo, incluyendo de defunción, nacimiento e incluso de nobleza para garantizar el ingreso de Federico Puig Romero en el Real Colegio de Artillería. ¿Qué tenían en sus manos los huérfanos Puig Romero para exigirle a Fernando  después de haber sufrido  el mayor despotismo por parte del monarca? Quizá algo de ello supo su heredera Isabel II cuando eligió a Federico Puig Romero como su presa, quién sabe si atraída por el morbo de compartir con él hermanos. Y un heredero, que más tarde reinaría como Alfonso XII…


Federico Puig Romero y su presunto hijo, Alfonso XII.


La historia novelada en Alfonso XII y la corona maldita (Altera,2018) se ajusta a los hechos reales sacados a la luz en Voces desde el más allá de la historia (Incipit, 2015).

martes, 17 de noviembre de 2020

El padre secreto de Alfonso XII

 

Isabel II, Francisco de Asís y el príncipe Alfonso.



Por estas fechas, en 1857, la reina Isabel II se hallaba próxima a dar a luz. Uno más de tantos embarazos en los que se barajaban nombres sobre el verdadero progenitor, puesto que del rey consorte no se esperaba participación activa en la tarea de traer vástagos al mundo. En esto se bastaba sola Isabel II, cuyo matrimonio con su primo homosexual, Francisco de Asís, no supuso para ella ningún obstáculo a la hora de cumplir cabalmente con su principal deber como reina, que era concebir herederos de la corona. Podría decirse que fue una pionera en fertilización asistida. Esto descolocó bastante al ambicioso duque de Montpensier, marido de su hermana y rival Luisa Fernanda. El duque daba por supuesto que tendría asegurado el trono para su esposa al no haber descendencia del matrimonio real. Pero Isabel era mujer de recursos y no desdeñaba ocasión de propiciar encuentros íntimos con cuantos se pusieran a tiro real, convirtiéndolos en donantes genéticos para la real estirpe.


El duque de Montpensier siguió conspirando en la sombra, con sus zarpas listas para recoger el trono de manos de su esposa si la ocasión se presentaba, y bastante tuvo que ver en la caída de su cuñada años después. Tampoco podía Isabel confiar demasiado en su esposo, dispuesto a pactar con los carlistas, principales interesados en desligitimar la rama de Isabel II. La pregunta es: ¿qué era tan importante en este embarazo de 1857 que llevó al Papa a amonestar a la reina? ¿Qué tenía de especial este affaire que le distinguiera del resto de nombres de la larga lista de amantes de la reina?


Los historiadores y cronistas citan a un oficial apellidado Puig Moltó. La forma incorrecta de escribir el apellido compuesto Puigmoltó indica que no había documentos escritos sino solo rumores que muy bien pudieron ser útiles para encubrir a otro oficial apellidado Puig Romero. 


Lo cierto es que los rumores fueron deliberadamente expandidos desde el mismo entorno de la reina, hasta el punto de intervenir el Vaticano, lo que lleva a pensar en una cortina de humo. Curiosamente, el Papa aceptó apadrinar a este vástago nacido el 28 de noviembre de 1857, que resultó ser un varón, y por tanto heredero de la corona. Cuesta creer que tras un embarazo escandaloso el Papa se prestara a ello, legitimando así a este niño que fue concebido a principios de 1857. Con esto la reina les daba un golpe de mano a los carlistas, que de haber dado con el auténtico padre del príncipe Alfonso, hubieran podido airear un pasado secreto y ominoso que hubiera puesto en tela de juicio los derechos de Isabel en el trono.


En 1868 el príncipe Alfonso tuvo que salir de España exiliado junto con sus padres, aunque retornó como rey gracias al pronunciamiento militar del general Martínez Campos en diciembre de 1874. Comenzó así su reinado, desligado completamente de su madre, con una actitud renovadora que le granjeó el nombre del Pacificador. Activo e incansable, no perdió un minuto  para contactar con quienes él denominaba sus queridos hermanos: los hijos legítimos de Federico Puig Romero, coronel de artillería asesinado el 22 de junio de 1866 en el cuartel de San Gil de Madrid, en circunstancias ocultas y falseadas por el gobierno de Isabel II. Las consecuencias de este asesinato colearon hasta 1873, proclamándose la primera república española.

 

Federico Puig Romero y Alfonso XII.
Federico Puig Romero y Alfonso XII.

            

La gran cortina de humo en torno al nacimiento de Alfonso XII ha dado sus frutos hasta el punto de que sin existir pruebas escritas de la paternidad de Enrique Puigmoltó y Mayans, basada en rumores, se le cita como padre biológico de Alfonso XII, haciéndose eco los medios que no se atreven a sacar a la luz la tenebrosa historia que destaparía unos hechos muy oscuros de los ascendientes del actual monarca. Para muchos resulta mejor quedarse con la leyenda y no remover el cadáver de Federico Puig Romero, que pagó con la vida, al igual que sus padres, la cercanía a los Borbón. La investigación documentada se halla en mi libro Voces desde el más allá de la historia (Incipit, 2015), novelada en Alfonso XII y la corona maldita (Altera, 2018, Premio Hispania de Novela Histórica).


Con todos estos datos en la mano, todavía algunos se muestran reacios a desmitificar la leyenda, que analizada en profundidad se desmonta pieza por pieza. Ni el padre de Alfonso XII fue tuberculoso, y ni siquiera se puede hallar el parecido físico con Alfonso que se le atribuye, puesto que hasta el día de hoy no se ha dado conocer imagen alguna de este cacareado oficial Puigmoltó. Quizá porque desmentiría otro de los pilares falsos de la leyenda. Una leyenda que nos deja una historia frívola y seudoromántica, que nada tiene que ver con el sometimiento a que se vieron obligados para complacer caprichos regios Federico Puig Romero y su madre, Gertrudis Romero, con el padre de la reina, Fernando VII. Mejor dejarlo en cotilleos y validos que hablar de familias rotas, muertes silenciadas y abuso de poder. 



miércoles, 14 de octubre de 2020

Las traiciones de Fernando VII



Fernando príncipe de Asturias.


Tal día como hoy, en el año 1784, nacía el heredero del rey Carlos IV, hijo de su esposa María Luisa, que en sus instantes postreros aseguraba que ninguno de sus hijos era legítimo. Quedando pues en la incógnita la paternidad biológica del díscolo Fernando, su nacimiento en el Real Sitio del Escorial fue motivo de regocijo y siempre contó con el cariño y apoyo de la comunidad de los Jerónimos de este lugar donde la devoción y austeridad de los monjes se hacía compatible con la frivolidad y gracejo de los cortesanos que andaban a sus anchas por aquellas celdas del monasterio, entrecruzándose por los pasillos con portadores de hábito de la comunidad. Era uno de los Reales sitios entre los que repartían su estancia los reyes y su corte a lo largo del año junto con los Reales sitios de Aranjuez, del Pardo y La Granja de San Ildefonso, además del Real Palacio de Madrid.


En este mismo escenario del Escorial se darían las circunstancias propicias para que Fernando intentara destronar a sus padres en 1807, descubriéndose el pastel el 27 de octubre. En realidad ya lo llevaba intentando su ex esposa María Antonia Borbón, fallecida el año anterior, siguiendo activa su camarilla, que pasó a dirigir Fernando llevando a cabo una excelente campaña de desprestigio contra sus padres y el denominado valido, Manuel Godoy, que llevaba el timón del estado y recibió múltiples concesiones de los reyes en un intento de compensar su falta de origen noble para igualarle a esa rancia nobleza que le aborrecía por haberles hecho perder su anterior influencia encaminada a beneficios personales.

María Antonia de Borbón.



Como parte de la campaña contra Godoy y su madre, Fernando expandió el rumor de que habían sido autores de la muerte de su ex esposa, que en realidad había fallecido a causa de la tuberculosis que ya padecía cuando contrajeron matrimonio. Los logros de Godoy en avances e Ilustración fueron echados por tierra y se le culpó de todos los males, logrando Fernando sus objetivos de desatar contra él las iras populares como primer paso para derribar a sus padres del trono. Para ello contaba con la ayuda de un canónigo, Escoiquiz, que orquestaba las maniobras de aliarse al emperador Napoleón intentando organizar a Fernando una boda con la pariente del emperador de los franceses, todo a espaldas de sus padres, poniendo en bandeja a Napoleón Bonaparte la posibilidad de crear un vacío de poder en España y anexarla a sus múltiples conquistas en Europa. Todos los trabajos de Godoy intentando mantener a raya a Bonaparte mediante la política de alianza entre Francia y España fueron tirados por la borda con la traición de Fernando a sus padres y a España misma.


Manuel Godoy.


Descubierta su conspiración y llevados a juicio sus cómplices que el mismo Fernando delató sin pudor alguno, arrastrándose ante sus padres para obtener su perdón, volvió a las andadas una vez hubo ganado su confianza. Culminó esta nueva conspiración el 18 de marzo de 1808, cuando contrataron él y su tío el infante Antonio Pascual a alborotadores que lograron su objetivo de dirigir a las masas enardecidas a casa de Godoy, que fue hecho preso, humillado y maltratado sin juicio alguno, despojándosele además de todos sus títulos y propiedades. Bajo coacción Fernando hizo renunciar a la corona a su padre y, no contento con ello, invitó a Napoleón y sus tropas a invadir España, que abandonó a su suerte mientras él acudía solícito al llamado de Napoleón, entregándole la corona que pasaría a manos del hermano de Napoleón, coronado como José I.


El pueblo español, engañado, vio a Fernando como una víctima de sus padres y Godoy, y después, de Napoleón, iniciándose la guerra contra los franceses con el principal objetivo de recuperar la corona de Fernando VII, llamado El Deseado. Para los españoles que se hallaban fuera de España como ejército aliado de Francia todos estos hechos tardaron en saberse. En ese ejercito de Dinamarca se hallaba mi antepasado, Vicente Puig, que fue uno de los supervivientes de la División del Norte al mando del marqués de la Romana que logró regresar a España con ayuda de los británicos en octubre de 1808 y unirse a la lucha contra los invasores.


La guerra finalizaba por fin en 1814, reponiéndose en el trono a Fernando VII, sin el menor agradecimiento hacia el pueblo y ejército que lo había hecho posible. Impuso un régimen de absolutismo y terror llevando a la cárcel y miseria a muchos de los que habían arriesgado la vida en su nombre. Y peor suerte tuvo mi antepasado, Vicente Puig, que tras haber sorteado peligros en su regreso y lidiado en varias batallas para reponer al monarca, perdió la vida por el capricho de Fernando sobre su esposa, Gertrudis Romero. Vicente estorbaba en sus proyectos y después de apartarlo a otro destino y dejarla a ella embarazada, se queda viuda de forma misteriosa, falsificándose la auténtica defunción de Vicente Puig, quedando su viuda y huérfanos totalmente a merced de Fernando VII, con un desenlace trágico para ella y posteriormente para su hijo Federico, cuando se viera en idénticas circunstancias con Isabel II, la heredera de Fernando VII. Como si de una maldición se tratara, su historia, real y documentada, queda plasmada en la novela Alfonso XII y la corona maldita (Altera, 2018), basada en las investigaciones de Voces desde el más allá de la historia (Incipit, 2015).




Las traiciones de Fernando VII serían la norma a lo largo de su reinado, considerado por la mayoría de historiadores como nefasto, y estas traiciones se extendían, como he dicho, a su ámbito personal. Incluso a sus propios hijos, de los que renegó. De 1814 a 1833 España hubo de sufrir un monarca que se negaba a firmar la constitución y cuando lo hizo fue mediante engaños, mientras preparaba otro golpe. Tarde comprendieron quienes le creyeron que su palabra no valía. Y si algo se le puede atribuir a este monarca es el germen de las divisiones civiles que colearían en el futuro de una España enfrentada.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Elga Reátegui, ganadora del Latino International Book Awards 2020

   
                                          


 Ayer fue un día especial para una de nuestras más queridas compañeras de la Junta Directiva de CLAVE. Me refiero a la escritora y periodista Elga Reátegui, que ha resultado ser la ganadora del Latino International Book Awards 2020 en la categoría Best collection of short stories ( Los Ángeles, California), con su obra La fugacidad del color, publicada en 2018 por Lastura Ediciones, y que ya había resultado finalista de los Premios de la Crítica Valenciana 2019.


         

      Con Juan Luis Bedins, presidente de CLAVE y Elga Reátegui.   


El Premio Internacional del libro latino tiene gran prestigio. Desde 1997 ha premiado a numerosos autores latinos en lengua española, portuguesa e inglesa en el mayor evento editorial internacional de Estados Unidos. Desde 2007 los premios pasaron a denominarse International Latino Book Awards. Entre sus galardonados se encuentran autores como Pablo Neruda, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y, desde ayer, nuestra admirada compañera Elga Reátegui, a la que me une una sincera amistad. Es una gran noticia para nuestra asociación, recién sufrida hace tres días la pérdida del gran autor y persona César Gavela.

   

                       

           Elga Reátegui con el autor César Gavela.                                    


La fugacidad del color es una obra que, como todo lo que he leído de Elga, me cautivó ya desde la sugerente portada de este libro de microrrelatos con no menos sugerente contenido. En sus páginas hallaremos múltiples historias agrupadas en tres partes: “De amores”, “Sociales” y “Del espíritu”. En todas hay algo que nos hace pensar y querer saber más, incitando nuestra imaginación. Novelista, poetisa y periodista, en esta publicación Elga despliega su gran capacidad literaria, explorando nuevas técnicas con arte y talento. Enhorabuena, Elga, por este gran trabajo y este magnífico y bien merecido galardón. 

En la presentación de La fugacidad del color de 11 de diciembre de 2018 tuve la oportunidad de leer un fragmento del libro. Podéis ver el vídeo:





Elga Reátegui Zumaeta nació en Lima (Perú), aunque desde años está radicada en Valencia (España). Forma parte de la Asociación escritores y críticos literarios de Valencia (Clave), la Asociación Concilyarte y la Comisión de Escritoras PEN Club Internacional del Perú. Su incesante actividad en el campo literario y de la cultura abarca además espacios de entrevistas, como su programa Momentos, en el que participé como su invitada, resultando ser mi entrevista la más vista del año 2018 (enlace)

 En su canal youtube pueden verse además otros programas suyos de muy interesante contenido, como Vía Libros y Reunidos. Actualmente además participa en el proyecto La ardilla literaria.


Producción literaria de Elga Reátegui:


Novelas:


El Santo Cura  (Ed. España, 2007- Ed. Perú,

 

2009)


De ternura y sexo (2011)


A este lado y al otro (2015)


Y te diste la media vuelta (2016)


Relatos:


La fugacidad del color (2018)


El ecosistema de las hormigas (2019)


Epistolarios (con el decimista y poeta Pedro 


Rivarola):


Correo de Locumba


Violación de correspondencia.


CD poético (con Pedro Rivarola):


Abrazados


Plaqueta poética (con Pedro Rivarola)


Madera y fuego.


Obra inédita:


Seis novelas listas para su publicación





martes, 18 de agosto de 2020

Los últimos días de la abuela extra oficial de Alfonso XII


El príncipe Alfonso en medio de su madre, Isabel II, y su padre oficial, Francisco de Asís Borbón.

¿De qué abuela de Alfonso XII estamos hablando? La genealogía de Alfonso XII da lugar a curiosidades que han permanecido largo tiempo ignoradas. Entre otras cosas, la renovación de sangre en dos generaciones sucesivas, dando lugar a que su padre y su madre tengan hermanos en común. No es un juego de adivinanzas, pero si ya queda difícil seguir su árbol por las repetidas endogamias en que incurre la dinastía Borbón, en su caso pareciera que se buscara esa endogamia también por la rama no oficial. Me refiero a la paternidad biológica de este monarca, hijo de Isabel II, conocida por su variedad de amantes e hijos ilegítimos que se registraban como hijos de su marido Francisco de Asís, que en poco más parece que contribuyó a la progenie de su esposa.

Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina Borbón Dos Sicilias.

Vamos ahora a los abuelos de Alfonso XII. Isabel II era hija de Fernando VII y María Cristina de Borbón Dos Sicilias, cuarta esposa del monarca que pasó a la historia como el más déspota, no solo en su vida pública, sino en la privada, de lo cual tengo total constancia por haberla sufrido mis antepasados. Francisco de Asís era hijo de Francisco de Paula Borbón, hermano de Fernando VII, y de Luisa Carlota Borbón Dos Sicilias, hermana de María Cristina. Es decir, los dos abuelos paternos de Alfonso XII eran hermanos, lo mismo que sus dos abuelas maternas. 

Francisco de Paula Borbón y su esposa, Luisa Carlota Borbón Dos Sicilias.

Pero si vamos a su genética biológica, nos han contado hasta la saciedad que su verdadero padre era un oficial de ingenieros llamado Enrique Puigmoltó y Mayans, lo cual queda desmontado por las investigaciones plasmadas en el libro Voces desde el más allá de la historia. De acuerdo a esto, el oficial de artillería Federico Puig Romero fue el elegido por la entonces reina Isabel II como donante genético para su real estirpe en el momento en que fue concebido el futuro Alfonso XII. Y llegamos por fin a intentar dilucidar esta ascendencia ignorada e intentada ocultar por el entorno palaciego, desviando la atención hacia ese oficial de ingenieros. ¿Qué se pretendía ocultar?


Retrato de Federico Puig Romero en el Museo del Ejército.


Si resulta chocante que los padres de Isabel II y su esposo fueran hermanos, al igual que sus correspondientes madres, cómo no sorprenderá que Isabel II tuviera hermanos que también lo eran de su entonces amante Federico. Aquí parece que la endogamia se supera, pues para que esto fuera así, tuvo que ocurrir que Fernando VII, padre de Isabel II, tuviera hijos con Gertrudis Romero, madre de Federico. Y esta descendencia se cuenta al menos en tres: Gertrudis Puig Romero (se le dio apellido de su padre oficial póstumo, desaparecido convenientemente para Fernando VII), nacida en 1816, y Juan y Fernanda Guillelmi Romero (con apellido del marido con que la casó Fernando en palacio), nacidos entre 1820 y 1822. Eran por tanto, tíos por partida doble de Alfonso XII, y para la madre de este, eran hermanos y cuñados a la vez. 

María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, de la cual fue azafata Gertrudis Romero.

Y aunque tal pareciera que semejante reincidencia en la elección de los caprichos regios de padre e hija, Fernando VII e Isabel II, apuntaba a una estima especial a la familia Puig Romero, los hechos llevan a conclusiones menos afortunadas, como fueron la caída en desgracia de esta familia (que nunca había pedido estar en gracia), las muertes prematuras de los padres de Federico en las que estaba directamente involucrado Fernando VII, y el asesinato de Federico cuando su hijo secreto, el entonces príncipe Alfonso, tenía nueve años, tres  menos de la edad que Federico tenía cuando su madre murió, al ser molesta  para Fernando VII, luego de  nueve años de disponer de ella a su antojo para finalmente hundirla a ella y su familia en la más absoluta miseria en medio del mayor despotismo. Así vivió Gertrudis Romero sus últimos días, pidiendo clemencia al rey que se había cansado de jugar con ella, dejando huérfanos en la indigencia, entre ellos tres hijos del déspota, llegando hasta el 31 de agosto de 1824, cuando Fernando VII accede a dar una limosna a su familia para pagar su entierro con funeral de secreto,  garantizando así  la impunidad de las causas reales de su muerte. Descanse en paz y que su voz sea escuchada a través de los tiempos en el testimonio que quedará de su vida en los libros.



martes, 4 de agosto de 2020

Exilio borbónico, tradición solo rota por Alfonso XII


El exilio de Juan Carlos I saltó ayer en los medios y redes sociales al hacerse pública su decisión de abandonar España, que comunica a su hijo el rey Felipe VI en una carta: «Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme en estos momentos fuera de España».

El nexo que me une a este ex monarca y saco a la luz en mis libros va ligado a un pasado turbulento de muertes silenciadas que derivan en ese tatarabuelo común e ignorado progenitor de Alfonso XII, el coronel de artillería Federico Puig Romero. Descubrir este pasado que lleva a otro aún más oscuro de Fernando VII con los padres de Federico, ha sido un trabajo arduo en el que me he embarcado para llegar a la verdad, que no por buscada fuera deseada. Sin faltar al respeto a nadie, no considero estos vínculos con los Borbón como algo de lo que sentirme orgullosa; tan solo son las circunstancias que han tenido que sufrir en silencio mis antepasados y a las que he podido dar voz en mi ensayo Voces desde el más allá de la historia y su versión novelada Alfonso XII y la corona maldita.

Retrato de Federico Puig Romero, tatarabuelo que comparto con Juan Carlos I.


La tradición de exilio que parece reiterarse con Juan Carlos I, tan solo ha excluido al rey Alfonso XII, cuya paternidad biológica se aireó hasta la saciedad asociándola a un oficial de ingenieros llamado Enrique Puigmoltó y Mayans. Esta cortina de humo mantuvo oculto el nombre de Federico Puig Romero, que se vio sometido a los caprichos de Isabel II, al igual que la madre de Federico, a los deseos de Fernando VII, padre de Isabel II. Dos generaciones repitiéndose las mismas circunstancias, con las consecuencias de muertes prematuras y desgracia que cayó sobre esta familia, desde que quedara sometida a los designios del déspota Fernando VII, el primer causante de exilio de sus propios padres, Carlos IV y María Luisa Borbón Parma. Fernando conspiró logrando usurpar la corona a su padre aliándose con Napoleón, quien consideraba a España uno más de los países que añadir a su colección. Fernando lo felicitaba por ello, poniéndoselo en bandeja, lo cual llevó a partir tanto a sus padres como él al exilio, del que logró regresar tras años de lucha de los españoles contra los invasores franceses, finalmente vencidos. España entonces recuperó su soberanía pero no la libertad, al retornar la corona a Fernando VII, que poca gratitud mostró a los españoles, sometiéndolos durante su reinado a un régimen de terror y despotismo. Su viuda, María Cristina, madre de la heredera Isabel II, hermana de los hermanos de Federico Puig Romero por línea materna, también tendría que partir al exilio por sus escándalos amorosos y financieros cuando su hija Isabel era apenas una niña.

Carlos IV, destronado por su hijo Fernando VII. Ambos partieron al exilio, logrando regresar Fernando.

Reinó Isabel II, encaprichándose de Federico para añadirlo a su larga lista de amantes, resultando de ahí el nacimiento del príncipe Alfonso, que más adelante reinaría como Alfonso XII. Federico no llegó a ver el exilio de Isabel, pues fue asesinado bajo circunstancias ocultas por el gobierno de Isabel II, aunque todo esto no impidió que tuviera que hacer las maletas donde se la acogiera en su huida de las furias populares de 1868, con la revolución La Gloriosa. Ella y su familia partieron de España trabajando desde el extranjero en la restauración, que finalmente se produjo en su hijo Alfonso XII en 1874, al que se pretendió desligar de su madre para que fuera visto como algo renovador. Y en muchos aspectos lo fue.

María Cristina de Borbón Dos Sicilas, regente exiliada en 1840.

Alfonso XII no renegó de ese pasado paterno, y en lugar de esconderlo, los hechos evidencian que buscó contactar con sus hermanos de padre, los hijos del malogrado Federico Puig Romero. Su carácter poco se parecía al de su madre y abuelo, dando muestras de valor al marchar al frente del ejército y exponiéndose a los contagios en las epidemias de cólera, acudiendo a visitar enfermos. Difería además de sus ancestros Borbón en su cultura, con una exhaustiva formación, conocimientos de varios idiomas y gran elocuencia. Pasó a la historia como el rey pacificador, al lograr darse final en su reinado a las guerras carlistas iniciadas desde la muerte de su abuelo Fernando VII. Quién sabe si también hubiera tenido que partir al exilio, como tuvo que hacer su heredero póstumo, Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, cuyo padre, hubiera reinado como Juan III de habérselo permitido Franco, que prefirió mantenerlo en el exilio y hacerse cargo de la tutela de su hijo Juan Carlos, para amoldarlo a su gusto como futuro rey, proclamado tras la muerte del dictador.

                    Alfonso XIII, exiliado en 1931.


El reinado de Alfonso XII fue tan corto como su vida, marcada por el estigma de la tuberculosis, enfermedad que padecieron los Puig Romero y, en otra generación, los hijos de Federico Puig Romaguera, el hermano mayor de Alfonso que al parecer rechazó este acercamiento del hermano que murió sin dejar de ser rey.


                      Alfonso XII, rey desde 1874 hasta 
                                su muerte en 1885.


Quién sabe si en su exilio, el hasta ahora rey emérito lea estos libros que nos unen por el ancestro común de Federico Puig Romero: Voces desde el más allá de la historia y Alfonso XII y la corona maldita...