Hace un tiempo, en una feria de libro donde firmaba Voces desde el más allá de la historia, se acercó a mi caseta un personaje bastante conocido que había publicado algún que otro artículo sobre Alfonso XII en un diario valenciano. Venía por otros libros pero le llamó la atención el mío y le expliqué la investigación de que trataba, basada en el asesinato del verdadero padre de Alfonso XII, mi tatarabuelo Federico Puig Romero. Me miró incrédulo e intrigado pues no le parecía posible otro padre biológico que no fuera Enrique Puigmoltó y Mayans. Se lo llevó con mi dedicatoria, sin pagar, pidiendo mi teléfono para informarme pues se extrañaba de que algo tan novedoso como esto no se le hubiera hecho llegar. Ni qué decir que nunca me llamó ni mucho menos publicó una reseña en el conocido diario valenciano en que colaboraba. Pero arrieros somos…
Un año después volvimos a encontrarnos en el mismo escenario, y creo que se hubiera escabullido si no lo saludo. Entonces me dio su opinión del libro, que le había impresionado y convencido de esa otra hipótesis sobre la paternidad de Alfonso XII. Le había sembrado fundadas dudas sobre lo que daba por hecho, al igual que una mayoría de autores que se han limitado a hacerse eco de la leyenda que se propagó desde el entorno de la reina Isabel II para achacar la paternidad de su hijo el príncipe Alfonso a un oficial de ingenieros. De hecho, cuando en nuestra primera entrevista le planteé esta nueva paternidad de Alfonso XII hasta entonces ignorada, me preguntó dos cosas. Una, si no contactaba con la familia real. A eso respondí que no tengo ningún interés, ni mucho menos me complace que tengamos este vínculo genealógico. Se extrañó de oír eso, y por otro lado, su máxima argumentación para seguir apoyando la candidatura de Puigmoltó fue:
─¿Y entonces, cómo se explica lo de la cuna?
Me hizo sonreír con esta pregunta. La primera referencia que tuve de esa cuna fue en un gran libro que inspiró mis investigaciones, La otra vida de Alfonso XII, de Ricardo de la Cierva, un historiador monárquico que cuenta con mi admiración por la rigurosidad de su trabajo. Falleció poco antes de que yo publicara mi libro y estoy convencida de que si hubiera tenido oportunidad de leerlo habría estado abierto a esas nuevas posibilidades que plantea mi investigación. Su impecable biografía de Alfonso XII está basada en búsquedas en archivos y cuando menciona lo de la cuna lo deja caer como algo anecdótico que se decía por ahí, sin darle más credibilidad o fundamento que lo que se puede dar a un rumor.
La anécdota de la cuna que se cuenta es que la reina Isabel II regaló a la familia de Puigmoltó la cuna de su hijo, con una figura haciendo seña de guardar silencio. Lo primero que pensé es ¿para qué le regala la cuna de su hijo? No es algo de lo que quiera desprenderse una madre. Y respecto a la seña de silencio, la advertencia llegaba un poco tarde, puesto que de este oficial se dice que cometió muchas indiscreciones hablando por todos lados de su idilio con la reina. Ya nada había que acallar porque los rumores se habían expandido con la mayor efectividad, llegando a oídos del confesor de la reina, tal como convenía. De haberse sabido que la verdadera identidad del padre de Alfonso correspondía a Federico Puig Romero y llegara a descubrirse el pasado secreto que vinculaba a sus padres con Fernando VII, la corona de Isabel II hubiera podido ser arrebatada por los carlistas que hubieran aprovechado esa información que convenía ocultar a toda costa.
El estrecho vínculo a través de lazos de familia entre Enrique Puigmoltó (padre de Alfonso divulgado) y Federico Puig Romero (padre de Alfonso encubierto) supuso la oportunidad de desviar la atención de lo que interesaba ocultar. El regalo de la cuna probablemente fue cierto, y la pedida tácita de silencio también. Solo que el pacto de silencio no era por la paternidad del príncipe correspondiente a Puigmoltó, pues había sido divulgada hasta la saciedad, no solo por el mismo oficial de ingenieros, sino por el mismo entorno de la reina. El silencio era sobre lo que esta cortina de humo permitía mantener en secreto.
En cualquier caso, la anécdota de la cuna se basa en un rumor, como lo fue que Puigmoltó era tísico, algo que cae por su peso, siendo sin embargo esta enfermedad propia de la familia de Federico. Lo que no cuenta ninguno de los autores que se limitan a reproducir la leyenda Puigmoltó es que Madrazo, pintor de cámara de la reina Isabel II, tenía en su agenda de bolsillo de 1858 las anotaciones de dos retratos: el de Enrique Puigmoltó y Mayans y el de su hermano Rafael, compañero de Federico fallecido años atrás. Quizá estos retratos fueron también un pago a su silencio, bien por parte de la reina o bien por el mismo Federico. Lo más curioso es que no se haya conocido hasta el día de hoy ni una sola imagen de Enrique Puigmoltó, a pesar de que fue un personaje relevante e incluso llegó a ser diputado.
Federico Puig Romero y Alfonso XII. |
Retomando lo de la cuna, el mito pareció hacerse realidad cuando salió a subasta una cuna de las características de la anécdota en septiembre de 2018, coincidiendo con la puesta en venta de mi novela Alfonso XII y la corona maldita, que a comienzos de año había resultado ganadora del Premio Hispania de Novela Histórica y está basada en las investigaciones de Voces desde el más allá de la historia. El valor estimado de esta pieza según la agencia que la subastaba es de 30.000 a 40.000 euros. Me surge de inmediato una pregunta: ¿Tan necesitados están los descendientes de Enrique Puigmoltó para vender este regalo de la reina Isabel II? ¿Por qué no vender mejor el retrato de Madrazo? Eso sí sería una verdadera pieza de colección que valdría mucho en el mercado del coleccionismo. Aunque tal vez estropearía la leyenda el nulo parecido físico entre Puigmoltó y Alfonso que sin embargo es notorio entre Alfonso XII y Federico Puig Romero, con cuyos hijos legítimos guarda mucho menos parecido. El mayor de ellos, Federico Puig Romaguera, guarda sin embargo parecido con su supuesto sobrino, Alfonso XIII.
La leyenda ya no es inamovible porque hay un nuevo candidato, como lo publicó Levante en la primera presentación de mi libro, del cual extraigo el primer párrafo:
«En los anales españoles, el rey Francisco de Asís de Borbón -consorte de Isabel II- figura oficialmente como padre de Alfonso XII. No obstante, algunos historiadores cuentan que el «verdadero» progenitor del apodado «Pacificador» -el rey Alfonso-, hijo de Isabel, la reina «de los Tristes Destinos», fue un capitán de Ingenieros llamado Enrique Puigmoltó. No parece, la de la paternidad, una cuestión zanjada de manera definitiva. De hecho, acaba de aparecer el nombre de otro presunto padre para Alfonso XII».
Federico Puig Romaguera y su supuesto sobrino Alfonso XIII. |
A la espera de una prueba genética que disipe las dudas sobre la identidad del ascendiente del actual monarca español, la supuesta cuna subastada no aporta nada que no sea el empeño en querer seguir alimentando la leyenda Puigmoltó, que al día de hoy, y sin mayores pruebas, no pasa de ser eso.