Nunca
olvidaré mi primera visita al Archivo de Palacio, cuando tuve entre mis manos
el expediente de mi antepasada Gertrudis Romero. Hasta entonces mi
investigación se centraba en su hijo Federico Puig Romero: la intervención del
estado en el falseamiento de las auténticas circunstancias de su asesinato y la
vinculación de ello a la posible paternidad secreta de Alfonso XII. Pero había
algo que llamó mi atención desde el principio: las prematuras muertes de los
padres de Federico y el nombramiento de su madre Gertrudis como azafata de la
reina María Isabel de Braganza.
María Isabel de Braganza. |
Las
sensaciones que se agolparon esa tarde en el Palacio Real fueron demasiado
intensas. Recogía trozos de la vida de aquella mujer cuyo destino había
cambiado abruptamente de la noche a la mañana, dejando de ser la respetada
esposa de un militar para ser despojada de su dignidad, de su marido y del
tiempo que podía compartir con sus siete hijos, a los cuales ya debía atenerse
a visitar cuando sus ocupaciones de palacio se lo permitieran. La aparente
dignidad de pertenecer a la Real Servidumbre, un honor reservado a la nobleza,
se le concedía a ella, mujer del estado llano, por voluntad del déspota
Fernando VII, cuyo encuentro con la familia Puig Romero desencadenaría la
viudedad de Gertrudis y su total dependencia del monarca, a cuyos caprichos
debía someterse sin rechistar, aunque ello supusiera ser cómplice en el
adulterio del rey con ella misma. Algo tan retorcido que tuvo que llevar
consigo el tiempo que duró esta reina, poco más de dos años.
Sala de Tronos del Palacio Real de Madrid. |
Cuando
se produce la boda real de Fernando VII con María Isabel de Braganza, en
septiembre de 1816, ya hacía tres meses que Gertrudis había dado a luz a una
niña nacida en palacio, donde residía desde marzo como azafata de la futura
reina, poco agraciada pero bondadosa, culta y gran aficionada al arte. De
hecho, gracias a su iniciativa se reunieron obras en posesión de la corona para
colocarlas en un museo real, que en el futuro sería el mundialmente conocido
Museo del Prado, fundado el 19 de noviembre de 1819, año siguiente a la muerte de la joven reina a
causa de su malogrado segundo embarazo. En
agosto de 1817 había dado a luz una niña que vivió apenas cuatro meses. De la
etapa previa a ese parto de la reina he hallado una curiosa referencia de la
vida de su azafata Gertrudis en un aviso del Diario de Madrid de 10 de junio de
1817:
Habiéndose
perdido al anochecer del día 8 del corriente una pulsera de un hilo de corales
con su broche de oro desde el Prado, calle del mismo nombre, botillería que hay
a la izquierda de dicha calle, y desde allí hasta la del Príncipe hasta el
esquinazo de la de las Huertas; se suplica a quien la haya encontrado la
entregue a Doña Gertrudis Romero Puig, azafata de la Reina Nuestra Señora, que
vive en Palacio, cuarto num. (61, 67
o 69), a que enseñará la compañera, y dará el correspondiente hallazgo.
Gertrudis
residía en la calle de las Huertas. Hacia allí se dirigía desde la botillería,
un establecimiento de la época donde se expendían bebidas y helados y en
algunos casos funcionaban como un café. Concretamente esta botillería del aviso
era con toda probabilidad la denominada Los
Valbases, situada en calle del Prado, donde se produce la pérdida de la
pulsera de Gertrudis. Esto era cinco días después de conceder el rey plaza de
colegialas del Real Colegio de Santa Isabel a las dos hijas de Gertrudis,
Encarnación y Javiera, en régimen de internas. Quizá ese fue el motivo por el que obtuviera Gertrudis
permiso ese día para ir a su casa a dormir. Le quedaban por encaminar sus cinco
hijos varones, el tercero de ellos Federico, que años después habría de vivir
junto a la heredera del rey un destino similar al de su madre: despojados ambos
de dignidad y sujetos a cumplir los caprichos regios intercambiando genes; los
hijos de Gertrudis, de oculta paternidad, y el de Federico, un futuro rey. En
común tendrían también, tanto madre como
hijo, muertes silenciadas por la corona.
Imagen actual del Real Colegio de Santa Isabel de Madrid, en la calle de Santa Isabel. |
Aquel suntuoso palacio donde se habían fraguado tantas
desdichas para Gertrudis y su familia me restituía el legado de su
historia en el expediente de Gertrudis y luego muchos otros que fueron aportando datos a mi investigación.
Pude asomarme a sus vidas como en una máquina del tiempo y descubrir hechos
ocultos que he dado a conocer en mi ensayo Voces desde el más allá de la
historia (Incipit Editores, 2015), limitándome a lo estrictamente
documentado y abriendo interrogantes al lector a partir de la información
aportada.
Pero
bullía en mí la necesidad de dar vida a estos personajes que parecían clamar su lugar en la
historia. Lo vivido y sentido por sus protagonistas, así como todos los
misterios por resolver planteados en el ensayo, saldrá a la luz en breve en la
novela histórica Alfonso XII y la corona maldita, ganadora del Premio Hispania
de Novela Histórica 2017, que será publicada por Ediciones Altera el 2 de octubre de 2018. La historia permanece viva aunque se haya pretendido enterrar.
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